Con el tiempo entendés que los verdaderos amigos son contados, y que el que no pelea por ellos tarde o temprano se va a ver rodeado sólo de amistades falsas. Con el tiempo aprendés que las palabras dichas en un momento de enojo pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida. Con el tiempo aprendés que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes. Debo aceptar que en el amor, como en cualquier otra cosa de la vida, existen los tropiezos, las caídas y los dolores, y el miedo lo único que hace es dificultar más las cosas. Y lo más lindo es el amor que das y te pueden dar, tampoco podemos exigir que nos den todo el amor que necesitamos. Todo a su debido tiempo. Debo aceptar que en algunas ocasiones es necesario pasar por un gran dolor para conocer una gran felicidad, ya que a veces el suelo del fondo es el más apto y firme para saltar. Debo aceptar que a quien le caigo bien hoy, no es seguro que le caiga bien mañana. Y eso no tiene por qué ofenderme si lo acepto. Si acepto que a veces las personas no pueden dar más. Si acepto que quien esté conmigo tiene derecho a no estarlo y a que yo ya no le guste. Si acepto que quien amo, tiene derecho a tomar sus propias decisiones, aunque a mí no me satisfagan. Debo aceptar que a veces, lo bueno se obtiene esperando, y presionando se arruina. Por eso es necesario tener paciencia, esperar tranquilamente y recordar que: la impaciencia es producto de un impulso emocional que capaz enseguida pasa, que la impaciencia asfixia a quien está conmigo, que la presión se puede convertir en irrespeto, que tomar una decisión mientras estoy impaciente es peligroso, porque estoy influida por un estado emocional extremo y pierdo toda objetividad, ahí no va mi verdad, va mi impulso, mi compulsión, y podría hacer algo de lo que me arrepienta. Debo aceptar que los planes pueden desaparecer en un instante, porque el futuro se mueve como él desee y no como a mí me guste. Si éste me permite hacer algunas cosas sobre él, tengo estar agradecida y no lamentándome por todo lo que no pude hacer. Debo aceptar que nunca voy a dejar de aprender, y que mientras sigo aprendiendo, tengo que permitirme vivir y sentir. Y ahora, que me empiezo a recuperar de los dolores que sufrí gracias a que ni siquiera había aprendido que había mucho que aprender, lo único que me queda es, tomar un gran suspiro y decirme a mí misma: debo volver a empezar conmigo.